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17/06/2017

Ahora todos los museos somos contemporáneos


Pepe Serra (Barcelona, 1969) afronta su sexto año al frente del Museu Nacional sin que por el camino haya flaqueado ni un ápice su entusiasmo radical. Derrocha energía, ganas de seguir avanzando y sobre todo una confianza ciega en el potencial de un museo al que llegó con las alarmas rojas encendidas y hoy es un museo activado que en lo peor de la crisis ha pasado de 400.000 a 900.000 visitantes. Tras una “revolución tranquila”, pero de transformaciones radicales, pone las largas e imagina cómo será en 2029. Tiene un plan.

Más allá de los problemas de financiación, ¿cuál es el gran reto que ha de afrontar?

El museo continúa pendiente de homologación. Los grandes museos enciclopédicos compran, este no; tienen las colecciones inventariadas, este no; son accesibles online, este no. Y con esa base fija desarrollan un programa. Nosotros tenemos una colección de 300.000 piezas, 200.000 si no contamos las monedas, y si buscas por internet sólo encontrarás 8.000. Eso no puede ser. ¡Es secuestro de patrimonio! Y estamos obligados por ley. Tenemos 70.000 dibujos sin catalogar. Si alguien quiere saber qué tenemos porque quiere hacer una exposición sobre el amor y la muerte o lo que sea, hay que bajar al sótano y empezar a rebuscar en los cajones. No hay ningún museo en el mundo de este orden que haya dejado de comprar. El Louvre compra, Orsay compra, el Prado compra, el Reina compra... Aquí el sistema sigue siendo muy frágil y la sábana sigue siendo corta: o no te tapas los pies o no te tapas la cabeza.

¿Y cómo piensa conseguir esa normalidad?

El sector, no sólo el MNAC, debe seguir creciendo hasta que se homologue, una palabra que me gusta porque no es eso de ‘quiero más dinero’. Y para eso es evidente que hay que invertir diez, quince años. Pero mientras tanto se pueden hacer cosas. Tenemos que superar un poco el ensimismamiento, la queja permanente y las comparaciones odiosas. Donde hay más recursos se pueden hacer cosas que aquí, pero también podemos hacerlas y se están haciendo bien. Es anómalo, pero se puede. Las geografías son diferentes y se puede ser relevante e influyente desde realidades limitadas, contradictorias o complejas como esta. Seamos ambiciosos.

Pero ¿cuál es el plan?

El museo ha crecido, ha pasado de 400.000 a 900.000 visitantes, porque se ha ido diversificando y ha ido ampliando los frentes. Estamos al frente de una red de 16 museos de todo el territorio, trabajamos con el Prado, con el Reina, ­estamos conectados a escala internacional... Con el museo activado, con una cierta estabilidad presupuestaria aunque sea baja, estamos ya pensando en la programación del 2021. Y ahora sí, desde esa tranquilidad podemos reflexionar sobre el futuro y trabajar un do­cumento que nos proyecta en el año 2029.

¿Por qué esa fecha?

Porque es el centenario de la Exposición Internacional. Esa fecha me da la excusa para plantear una pregunta: ¿alguien se imagina para entonces un museo como el actual? Sin parking, oscuro en invierno, inaccesible si llueve, inseguro si es de noche, con los accesos cerrados la noche de los museos por un acto privado como es el Salón del Automóvil, con salas de exposiciones en los sótanos, sin espacio para grandes exposiciones, con las colecciones de gótico y románico comprimidas como un tetris, sin poder exponer las décadas 50, 60 y 70 porque no hay espacio... Todo el mundo me responde ‘no, hombre, para entonces ya estará arreglado’. Vale, compro. Estamos en el 2017. ¿Podemos empezar a caminar?

Lo cual, entiendo, pasa por la ampliación del museo a uno de los pabellones de la Fira, por la reactivación de esa montañade los museos que murió víctima de su propia ambición...

Sí, por eso digo que no perdamos la cabeza, no pensemos en un plan de triple montaña y tirabuzón que nunca hemos pedido... Pero si la ciudad cree que toda esta zona que se utiliza intermitentemente, que el vecino no puede usar, que se privatiza de manera independiente o aleatoria por una carrera, por un festival o por el RACC, si la ciudad tiene un proyecto para esta zona, yo creo que el Museu Nacional puede aportar colecciones, un espacio cultural potente de atracción local y turística, con una pieza académica muy potente como es la biblioteca, que actualmente no tiene uso porque cuesta mucho llegar hasta aquí, y aprovechar su objetiva falta de espacio para crecer y crecer hacia abajo, acercándose a la ciudad. Pero no voy a condicionar mi proyecto a la ampliación. En ningún despacho nadie me ha dicho que no, nunca. Hay que volver a intentarlo, han pasado cinco años, el museo se está legitimando, viene cada vez más gente, pasan cada vez más cosas y esa necesidad se hace cada vez más visible. No podemos exponer el arte catalán de la segunda mitad del siglo XX, no podemos exponer la fotografía... En julio presentaré un plan 2018-2022, con un documento que mira al 2029. Pero si es un plan, la administración debe asignar presupuesto. Y tenemos un socio importantísimo, La Caixa, que es nuestro principal patrocinador. Aquí hay un potencial de ciudad, de espacio público de calidad, que va mucho más allá del propio museo.

¿Qué papel debe tener el museo en el siglo XXI?

Aparte de empoderar, de hacer a la gente crítica, libre, el museo puede desempeñar un papel como agente urbano muy importante. ¿Qué instrumentos tiene la ciudad para cohesionar, para gestar debate, para crear riqueza en el mejor sentido, de discusión, derelación...? Yo creo que ahí los museos tienen una oportunidad enorme si son valientes y adoptan un discurso crítico consigo mismos y superan el tema enciclopédico y paternalista. El museo es un espacio donde la gente se encuentra alrededor del arte, pero es gente que se encuentra, ya no somos prescriptores. Este quiere ser un museo conector que ya no dice “yo sé, tú ven, que yo te enseño”. Yo sólo soy un instrumento, un conector entre tú y tú, y yo lo que ofrezco son oportunidades para que tú generes tu propia visión del mundo, soy un espacio de libertad donde se puede hablar de todo, discutir de todo y opinar de todo.

Un espacio de libertad que sin embargo tiene sus propias estructuras de poder.

Sí, y ha de asumir sus propias contradicciones. Su mismo origen, no de éste, sino de todos, es la legitimación de una nación o la legitimación de un cierto poder. Pero esto ha muerto. Ya no sirve. No tenemos que explicar la historia del arte ni hemos de explicar historia. Ahora somos todos contemporáneos. Es igual si un museo tiene ánforas griegas o tiene arte ibérico o contemporáneo, son museos del presente y la gran oportunidad es la de generar discusión, debate, mirada crítica en el presente. Y sí, se ha de cambiar la gobernanza de este museo, necesitamos un régimen especial como el Prado o el Reina, no podemos estar adscritos a una administración que hace muchos esfuerzos por atendernos pero no puede. Con todo el respeto por los políticos, que son los representantes de lo público, los órganos de toma de decisiones se han de profesionalizar y dejar de hablar de la sociedad civil como si la sociedad civil sólo fuera aquella que tiene poder adquisitivo.

Dice que no han de explicar historia, pero al MNAC se le pide una narración del arte catalán.

A mí todo el mundo me exige de todo. A mí me ocupa muchísimo el arte catalán porque es el núcleo de mi colección y es el que le da sentido, pero afortunadamente el tema de la identidad, que igual en el XIX tenía sentido pegado a un territorio, ahora ya no. La identidad no es geográfica, la identidad es compleja y es multi. Es individual y es colectiva, y en todo caso podemos hacernos las preguntas e incluso asumir la complejidad del momento que estamos viviendo. Estoy de acuerdo con Todolí cuando dice que un museo habla del sitio donde está pero que desde ese sitio tiene una visión del mundo. Desde aquí se ve la luna. Hablamos desde aquí pero hablamos de todo y de todo el mundo. ¿Este museo es identitario? No. Y no creo que deba serlo. Tenemos que asumir esa complejidad. Lo otro es decimonónico y personalmente no me interesa.

Habla de un museo conector, mediador, pero el público continúa reclamando grandes exposiciones.

Sí, pero le diré que incluso estamos sacrificando exposiciones para que en las salas exista continuamente la posibilidad de que surjan posibilidades. El Museu Nacional tiene la máxima ambición y no rebajará ni un gramo. Pero la carrera de las blockbusters no es la nuestra. No nos interesa. Y si hay que hacer menos exposiciones para insistir en esa idea de conector, de mediador, de museo vivo que hace cosas pequeñas, igual no muy populares pero ultrapotentes para el visitante, pues habrá menos exposiciones. Tengo la impresión de que esas grandes muestras a las que podríamos aspirar, en el caso de que creamos que tienen sentido, las tendremos que hacer buscando los recursos fuera, a través de patrocinio, como ocurrirá el año que viene con Abertis y la exposición sobre Gala. Es la hora del público, y nuestro no público es enorme. Existe todavía una gran desigualdad en el acceso a la cultura.

Aplacada la polémica por el cambio de nombre, lo ciertoes que el acrónimo, MNAC, ha desaparecido de toda de la comunicación del museo. ¿Cómo debemos llamarlo ahora?

El acrónimo no existe, respetamos el uso popular, pero no lo verás en ningún documento. Tenemos un nombre por ley, Museu Nacional d’Art de Catalunya. Lo que no nos gusta es la marca, MNAC, y en este momento estamos consolidando Museu Nacional o El Nacional. Pero trabajamos aquí y nos falta la geolocalización. Todos los museos del mundo están en un lugar. La National Gallery en Londres, la de los americanos en Washington, la de los checos en Praga, la de los belgas en Bruselas. La de los catalanes está en Barcelona. Yo creo que hemos de hacer como los escoceses, la National Gallery de Escocia-Edimburgo. No podemos renunciar a la capacidad de proyección que tiene Barcelona.

¿Le inquieta la resolución que puedan tomar los jueces en el caso abierto sobre los bienes del monasterio oscense de Sijena?

Mi sensación es que tras el ruido y la complejidad política que lo mediatiza todo, cada vez más se va imponiendo de manera serena, tranquila, la argumentación técnica. ¿Qué queda tras el rifirrafe? Queda que hay un bien extraordinario único en el mundo que se calcina, que se salva y se traslada aquí, y que ahora el daño de sacarlo es infinitamente superior al de dejarlo. Y esa argumentación no ha encontrado contestación. No tenemos ni un director de museo, ni un experto, ni un restaurador que haya firmado en un papel que se puedan sacar.

Fuente: La Vanguardia



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