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Hablábamos en nuestra primera parte del recorrido por esta decimocuarta edición de Documenta de su condición descentralizada, no ya sólo en su desdoblamiento geográfico al trasladarse la exposición a Atenas sino también en la diseminación de espacios a lo largo y ancho de la capital griega y en el modo en que se alejan los lenguajes de las disciplinas tradicionales, de la retórica del mercado y de los clichés escenográficos. En la rueda de prensa inaugural, Adam Szymczyk reclamaba que no percibiéramos las cuatro grandes sedes como espacios autónomos sino que asumiéramos su carácter sinérgico, pero lo cierto es que el Conservatorio de Atenas -también llamado Odeion-, la Escuela de Bellas Artes, el Museo Benaki y el Museo de Arte Contemporáneo, tienen todos un clima propio, discernible con razonable facilidad. Aún así, haremos caso al comisario y trataremos de recorrer su exposición entreverando lenguajes e iconografías más que situándonos en geografías concretas.
Uno de los motivos centrales de Aprendiendo de Atenas es la música. Szymczyk y su equipo han acudido a un concepto que recorre toda la exposición, el "continuum", concebido por el compositor griego Jani Christou, una "forma abierta de acción colectiva" que desarrolla por medio de partituras que pueden o pueden no ser ejecutadas a lo largo de un tiempo indeterminado. De alguna manera, el equipo curatorial se apoya en esto para no ceñirse al modelo tradicional de exposición y así deslizarse en el contexto ateniense en un sentido más amplio, no sólo como un proyecto que tiene lugar en fechas y lugares concretos. Así, Documenta no arrancó el pasado día 8 de abril, sino que lleva en marcha desde septiembre con el "Parlamento de los cuerpos" y sus actividades trascenderán el fin de la muestra el próximo mes de julio. Hay espacios, dentro de las sedes principales y también en lugares públicos, que se activan y se desactivan a partir de performances, si es que no asumen ellos mismos un rol performativo. Ocurría esto, por ejemplo, en el deslumbrante Templo de Zeus Olímpico y en el antiguo Ágora, donde el dúo germano-libanés Prinz Gholam acuden a las ruinas clásicas, tensando la relación entre la historia y el presente a través del preciso, lento e hipnótico movimiento de sus cuerpos.
Pauline Oliveros: Score for Composition, h. 1981
La música, decíamos. En el Conservatorio puede verse una amplia presentación de esquemas, diagramas y una gran profusión de signos musicales -no son partituras- en muros, vitrinas y paneles. Más que ser algo interpretable o perceptible, muchos de estos esquemas funcionan como una herramienta potencial, como un contenedor de posibilidades. Algunos artistas hacen su statement de estos esquemas. Me gusta en particular el de la jamaicana emigrada a Estados Unidos Pauline Oliveros, en cuya obra sujeto y contexto se convierten en un solo cuerpo, un cuerpo que suena, un espacio que suena. Vuelven a aparecer indicios de la energía creativa que nace del drama o la destrucción, como los instrumentos del mexicano Guillermo Galindo, construidos con materiales encontrados en campos de refugiados griegos y alemanes. También surge la música desde la inspección de lo propio, como esos otros instrumentos de la turca Nevil Aladag, realizados con el mobiliario de su casa. En general, las obras aparecen sujetas a arritmias y fracturas en un montaje raro, pero no olvidemos que el auditorio, como edificio, es el resultado del fracaso de un proyecto racionalista. Las obras se pierden en recovecos que no siempre vemos, pero al final uno acaba haciéndose con el lugar y acomodándose a la marejada. Yo empecé mi recorrido aquí, y cuando acabé de ver Documenta pensé que la compleja distribución del Odeion podría ser una prefiguración del resto de la ciudad.
El sábado pasado, en el Megaron Musiki, la Orquesta Estatal de Atenas y la Orquesta Filarmónica de Expatriados Sirios interpretaron la Sinfonía no. 3 op. 36, de Henryk Górecki, también conocida como Symphony of Sorrowful Songs, una pieza de 1976 cuyo tercer movimiento narra la desgarradora historia de una familia separada por la guerra. El gesto de la Orquesta Estatal de formar una orquesta junto a expatriados procedentes de toda Europa y de interpretar esta joya en uno de los grandes auditorios de la ciudad es de una belleza conmovedora. Ross Birrel -a quien citamos en nuestro primer recorrido al hilo de su vídeo de la escuela de Mackintosh en Glasgow- y David Harding son los responsables de esta comunión entre griegos y sirios músicos. Pero antes de Symphony of Sorrowful Songs, un violinista sirio interpretó una fuga, a partir de un texto de Celan que quitaba el aliento.
Birrel y Harding apuntaban en su proyecto al dolor del desplazamiento, como lo hacía también, con una crudeza terrible, un vídeo demoledor de Artur Zmijewski sobre la estremecedora situación de los refugiados varados en Calais. Este se encontraba hacia la mitad del recorrido en la Escuela de Arte, un espacio en el que se tocaba asuntos relacionados con el territorio y la frontera. La de la Escuela es una muy buena sede, tal vez la más lograda en su conjunto, si es que alguna idea de conjunto estuvo alguna vez en la mente del comisario. En su única planta mandaba, al inicio, una fabulosa instalación de Ciudad Abierta, un colectivo suramericano formado por arquitectos y artistas errantes que cuestionaron el orden global a través de construcciones precarias y efímeras y desde el desdén hacia las convenciones geopolíticas. Tenían, nos dice Dieter Roelstraete, uno de los comisarios, la célebre obra América invertida, de Torres García, como faro. Ciudad Abierta presenta un prolijo conjunto de documentos fotográficos que se imbrica en una instalación específicamente realizada para este espacio. El grupo pone el acento sobre muchas de la cuestiones que nutren esta Documenta, la descentralización, el desarraigo, la intermitencia (¿no era esto el tan cacareado "continuum?), el carácter efímero de la obra y un escepticismo hacia ese norte al que se dirige el sesgado pensamiento occidental con su percepción normativa de la geografía mundial. La participación del colectivo aquí me resulta tan pertinente que empiezo a no imaginarme esta exposición sin ellos.
Vista de la instalación de Olaf Holzapfel en la Escuela de Arte de Atenas
En la Escuela de Arte destacaban también las piezas de la histórica y visionaria Agnes Denes (Budapest, 1932), muy conocida a partir del campo de trigo que plantó durante unos meses junto a las Torres Gemelas en Nueva York en 1982. Denes presenta aquí ejemplos de estudios y proyectos en torno al medioambiente que se dirigen a enfatizar la condición cambiante de la naturaleza y nuestra necesidad de asumirla en constante transformación. Muchos de los trabajos de Denes han mezclado el rigor analítico con licencias poéticas y un sorprendente potencial anticipatorio. Más concretos en tiempo y en forma son los trabajos del alemán Olaf Holzapfel, cuya idea de frontera es desarrollada de una manera más formalista en sus obras de la serie Zaun (valla), realizadas con pajas y junco. Sus obras dan un equilibrio, una dimensión museística a una sala atestada de grandes instalaciones.
El ascenso de los totalitarismos se trata desde perspectivas más o menos explícitas (imbricadas en la historia o ceñidas al presente) y con mayor o menor fortuna. Daniel García Andújar lo plantea en una poderosa instalación en el Museo de Arte Contemporáneo en la que aparecen astutamente entreveradas la imaginería fascista de entonces y de ahora e ideas relativas a la enajenada circulación con la que estos signos se hacen visibles. Andújar ha trazado con brillantez los vínculos estéticos que comparten la Alemania Nazi y Amanecer Dorado. Muy cerca, en el piso superior, un gran artista, el polaco-estadounidense Piotr Uklanski, plantea un buen tema, la relación entre Hitler y la homosexualidad, pero lo resuelve vagamente a partir de pinturas algo pobres y un verbo demasiado fácil.
La deuda y la suspensión del valor son abordados también de forma desigual. Despertó mucha expectación la performance de Marta Minujín El pago de la deuda griega a Alemania con aceitunas y arte pero la performance en sí no lograba superar el atractivo de su enunciado. Sí tiene interés el proyecto de Maria Eichhorn sobre la “propiedad desposeída”, un intento de frenar la especulación y la gentrificación por medio de la creación de un nuevo estatus para la propiedad inmobiliaria, una piedra en el zapato del rodillo neoliberal.
Daniel García Andújar: The Disasters of War, 2017
Al hilo de estos asuntos, conviene señalar lo que parecen dos curiosas coincidencias: el día 5 de abril, se reunían las autoridades griegas y alemanas para acordar un nuevo plazo del pago de la deuda. El día 6, el mismo día que Documenta abría sus puertas a los profesionales y medios de comunicación, se cumplía el septuagésimo sexto aniversario de la Operación Marita, la invasión alemana de Grecia en la Segunda Guerra Mundial. ¿Casualidad? La para muchos dolorosa pregunta “¿Quién debe a quién?” flota en el ambiente de esta Documenta, pero más allá de ciertas alusiones a la influencia de la Grecia clásica en la forja del programa nacionalista alemán, esta no se traduce con suficiente visibilidad en la exposición. Y si en nuestro primer recorrido constatábamos que Atenas se entendía como un espejo en el que se reflejaban las múltiples singularidades locales que configuran lo global, lo cierto es que por momentos tendemos a pensar que esta Documenta podría haber ocurrido en cualquier parte.
Muchos se han preguntado si realmente la exposición enraíza en el contexto artístico griego si se le da espacio a los artistas locales para que alcen la voz y esbocen, de primera mano, los contornos de lo real en su país. Al margen de Andreas Angelidakis y unos pocos más, los artistas griegos contemporáneos pasan desapercibidos. A los que sí se acude con reiteración es a figuras relevantes de la Modernidad griega, cuyos legados se han recuperado y releído por artistas más contemporáneos, que no siempre son griegos. Es el caso de arquitectos, urbanistas, músicos o dramaturgos modernos, que ayudan, eso sí, a ensanchar el campo asignado tradicionalmente a las artes visuales.
Todo, en fin, habrá de ser convenientemente juzgado una vez veamos la versión de Kassel, el próximo mes de junio. Si el equipo curatorial prefiere regodearse en el indudable logro de haber hecho una muestra de esta escala en un lugar como Atenas y no convierte este hecho en asunto narrativo dándole la altura discursiva que requiere (desmontando los paradigmas históricos de Documenta que apenas se han tocado aquí) y si, por lo que parece, estarán en la cita alemana los mismos artistas y muchos de ellos con las mismas obras, todo apunta a que habremos asistido, aquí y allí, a una doble oportunidad perdida, por más que consideremos que esta es una más que digna exposición de arte contemporáneo.
Fuente: El Cultural