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20/11/2017

Puig i Cadafalch, arquitecto visionario


Cuando se supo que Barcelona organizaría la Exposición Universal de Barcelona, planificada inicialmente para 1917, surgieron grande proyectos, como la urbanización de Montjuïc, diseñada por Josep Puig i Cadafalch. Su propuesta consistía en una gran avenida con estructuras de agua y cascadas que culminaba con un Palau de la Llum, como elemento simbólico de la gran Exposición de Industrias Eléctricas.

La electricidad era en aquellos momentos la gran revolución de la modernidad industrial, pero la Exposición se acabó haciendo el año 1929 y entonces la luz eléctrica ya se había incorporado a la vida doméstica y no justificaba ser el elemento central de aquel gran acontecimiento. De todos modos, la perspectiva urbanística de Montjuïc, con la plaza de España que recuerda la forma del Vaticano, toda la avenida, las escalinatas y las fuentes y el Palau Nacional son deudoras de las ideas originales de Puig i Cadafalch.

La voluntad de este arquitecto y urbanista, que entre 1917 y 1923 fue presidente de la Mancomunitat de Catalunya, tenía como objetivo último modernizar España desde Catalunya, de acuerdo con el proyecto reformista de la Lliga Regionalista donde estaba encuadrado. Y este principio se traduce en otros proyectos, algunos de ellos vinculados también a esta exposición, como lo fue el llamado Repertorio iconográfico del arte de España. Se trataba de hacer un inventario fotográfico de todo el arte histórico de España, dirigida conjuntamente por Puig i Cadafalch y Jeroni Martorell con la intención de dotar de contenidos la exposición que se quería hacer.

Las fichas tenían que describir por un lado detalles de la obra y por el reverso se adjuntaban fotografías, planos o recortes de prensa de la obra en cuestión. Se dice que se llegaron a hacer 150.000 fichas, aunque sólo hay unos 80.000 localizados entre el MNAC y el Museo Arqueológico, más otros sentidos en diferentes centros. Y algunas de estas fichas se muestran ahora en la exposición que sobre este arquitecto modernista se puede ver al Museo de Mataró, a su edificio de can Serra (hasta el 1 de abril del 2018) con ocasión del 150.º aniversario del nacimiento de Josep Puig i Cadafalch y del centenario de su nombramiento como presidente de la Mancomunitat.

La comisaría de esta exposición Lucila Mallart, que en el 2011 hizo su tesis sobre Josep Puig i Cadafalch i la construcció d’un imaginari català, considera que se trata de una figura polifacética, que además de arquitecto destacó como político, historiador, arqueólogo, urbanista, diseñador de exposiciones... “Era un hombre de letras que contribuyó a un único y mismo proyecto: la construcción de la Catalunya contemporánea”. Y la exposición de Mataró quiere mostrar estas facetas menos conocidas desde una perspectiva interdisciplinaria.

La exposición, a pesar de no ser estrictamente cronológica, se abre con los primeros proyectos de Puig i Cadafalch como arquitecto municipal de Mataró y sus preocupaciones por la higiene y la salubridad en unos momentos de cambio en que los espacios urbanos antiguos se percibían como lugares oscuros, laberínticos e insalubres. De aquí viene un primer proyecto de alcantarillado para Mataró, de 1895, del que se exponen tres piezas significativas: un plano de una sección transversal, una tapa con un diseño modernista rotulada en catalán y diseñada por él mismo y un sifón de cerámica, inspirado en lo que ya se hacía en otras ciudades europeas. Aunque este proyecto sólo se ejecutó parcialmente sigue siendo un símbolo de la modernización de la ciudad. Más conocido es el encargo de urbanizar el sector central de la nueva Via Laietana de Barcelona. Una de sus primeras actuaciones fue abrir una calle, la del Dr. Joaquim Pou, que conectaba visualmente la Via Laietana con la plaza donde se encuentra la catedral. La creación de esta perspectiva refleja su interés por la ciudad como espacio donde ver y ser visto.

Había que cambiar la trama urbana para incidir en el imaginario colectivo. Y esta visibilidad de la ciudad tendrá su gran referente en el proyecto del Palau de la Llum (finalmente reconvertir en el Palau Nacional) y en el diseño de la exposición de Montjuïc.

Como investigador y arquitecto, Puig i Cadafalch se mostró interesado para explorar el rol de las identidades políticas y culturales de la península ibérica. Esta visión se traduce en su proyecto de inventariar todo el arte de España, iniciada en 1914, pero también se puede apreciar en otros estudios teóricos. Una de sus tesis era que “la arquitectura refleja el carácter de los pueblos”. Siguiendo la estela de Hippolyte Taine y de su maestro Lluís Domènech i Montaner, veía una relación directa entre el carácter de las comunidades nacionales, históricas, y la arquitectura que las representa. Así, el imaginario catalán y castellano permite trazar una genealogía opuesta desde los tiempos antiguos. Ahora bien, de acuerdo con su principio de incidir sobre España desde Catalunya, el propio Puig i Cadafalch se inspira por algunos motivos ornamentales en estilos geométricos, vinculados a la tradición árabe-castellana. En la exposición se aprecia por ejemplo como calcó y reprodujo la flor de la alcachofa de una tabla gótica en varios esgrafiados de la Casa Coll i Regàs o la Capilla del Sagrament de Mataró.

En el tercer apartado de la muestra se analiza la vertiente internacional de la trayectoria de Puig, en parte forzada por su exilio tanto durante al dictadura de Primo de Rivera como en la posguerra. Eran conocidos sus vínculos con Francia, pero Lucila Mallart que ha podido tener acceso al archivo personal de Puig (ahora depositado en el Archiu Nacional de Sant Cugat), muestra que mantuvo vínculos con más de 500 corresponsales procedentes de casi una treintena de países.

Y nos destaca el impacto de su obra en centros académicos como Harvard, sus publicaciones a Art Studies y el contacto con estudiosos como Walter W.S. Cook, estudioso del románico catalán. Esta relación permitió que después uno del suyos colaboradores, Josep Gudiol i Ricart, fuera a Estados Unidos y contribuyó a organizar un archivo fotográfico de pintura catalana y castellana en la Frick Collection de Nueva York, que evoca su Repertorio iconográfico.

Especialmente interesantes fueron también sus contactos con historiadores de Rumanía, y en especial con Nicolae Iorga, que llegó a ser primer ministro entre 1931 y 1932. Puig quiso probar su teoría sobre la expansión del primer arte románico en Europa basada en la existencia de una ley universal que permitía llegar a evoluciones y coincidencias estilísticas sin que existiera una conexión real entre los constructores. Esta colaboración se extendió también a otros historiadores rumanos como Constantin Marinescu.

También se destaca su itinerario por Escandinavia, que le permitió en 1928 conocer los retablos medievales esculpidos del Museo Nacional de Copenhague. Puig realizó un pequeño estudio, en línea con su planteamiento positivista y comparativista, que exploraba las analogías entre estos retablos y el dintel de la ermita de Sant Genís de Fontanes, en el Rosselló. Finalmente la exposición se cierra con los vínculos de Puig con Argentona y se hace una visita casi virtual a su biblioteca y hemeroteca para mostrar su capacidad de apertura al mundo, su seguimiento de revistas que catapultaron la fotografía y forjaron el imaginario visual moderno.

Fuente: La Vanguardia



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